“Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”
Artículo 27, Declaración Universal de Derechos Humanos, Naciones Unidas (1948).
1 Introducción
La desigualdad es un producto de la estratificación social, es decir, una resultante de la asimetría en la distribución de recursos y servicios, privilegios y responsabilidades, prestigio y poder. Lejos de creer que la desigualdad sea el producto de la fortuna, la perseverancia o la inteligencia personal, la sociología nos enseña que, aunque afecte la biografía particular de cada individuo, no depende de atributos individuales sino de diferencias objetivas que son las que determinan las posiciones en la sociedad. Ciertamente, no precisamos ninguna competencia sociológica para reconocerlo. La desigualdad forma parte de nuestras experiencias subjetivas y aceptamos que en la sociedad existen algunos estratos, clases, o grupos sociales mejor posicionados que otros. 1
La estratificación refleja discontinuidades que pueden ser muy significativas de acuerdo con diferentes factores — sexo, género, edad, renta, ocupación, religión, etc. — y cuyo resultado es la formación de grupos o estratos con diferentes condiciones materiales — diferencia de ingresos o en la posesión de bienes, etc. — y simbólicas — valor atribuido a una profesión o deseo de formar parte de grupos selectos, por ejemplo. La sociología — las ciencias sociales en general — quieren saber qué diferencias de posibilidades y comportamientos se asocian a la desigualdad y qué consecuencias tienen para el desarrollo social. 2
La desigualdad es un tema urgente para América Latina. La región arrastra profundas asimetrías, incluyendo una pobreza de tipo estructural que niega a millones de personas la posibilidad de tener una vida digna y agudiza las tensiones entre clases sociales. 3 A pesar de que hubo ciclos de crecimiento macroeconómico virtuosos, de que mejoró el nivel medio de ingresos y de que, en cierto modo, la pobreza por momentos experimentó un cierto retroceso, los ciclos de bonanza derivaron invariablemente en crisis con el resultado de un aumento de las desigualdades y de la vulnerabilidad social. Recientemente, instituciones como la OCDE, la CEPAL, CAF y la Comisión Europea ofrecieron una perspectiva analítica en la que se considera que hoy el desarrollo latinoamericano se enfrenta a cuatro nuevas trampas relacionadas con la productividad, la vulnerabilidad social, la debilidad institucional y las amenazas sobre el medioambiente. En todas estas áreas hay múltiples desafíos y los problemas estructurales no superados podrían incluso agravarse en un contexto global de grandes transformaciones [Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, 2019 ].
La desigualdad se exterioriza además en representaciones y actitudes de la población latinoamericana que reflejan una deuda democrática: percepción de una baja calidad institucional; sensaciones de que los países están estancados; baja satisfacción con la calidad de vida; temor al desempleo y al futuro; problemas de confianza social y colectiva; fuertes críticas a las instituciones políticas y públicas; o, incluso, un cierto descenso en el apoyo a la democracia [Latinobarómetro, 2018 ; Cohen, Lupu y Zechmeister, 2017 ; Pew Research Center, 29 de abril de 2019 ].
Los efectos de la estratificación sobre la desigualdad y la diversidad sociológica de América Latina también se manifiestan en el campo cultural de la ciencia. En este artículo estudiamos dichos efectos a partir de los datos que proporcionan las encuestas de alcance nacional sobre percepción pública que desde hace varios años se realizan en la región de América Latina. El análisis está basado en asociaciones, índices y modelos multivariables (regresiones logísticas) con base en estudios de Argentina [Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, 2015 ], Brasil [Centro de Gestão e Estudos Estratégicos, 2017 ], Chile [Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, 2018 ], México [Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2016a ], Panamá [Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología, 2017 ] y Paraguay [Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2016b ].
Las evidencias empíricas demuestran que el capital educativo, la posición socioeconómica o el país de residencia son determinantes críticos a la hora de entender que la ciencia tiene numerosos públicos y que éstos se caracterizan por oportunidades desiguales en educación científico-tecnológica, acceso a información o participación cultural y política. Los individuos y grupos sociales mejor posicionados tienen más probabilidades de acceder a los beneficios simbólicos de la cultura de la ciencia, mientras que, por el contrario, grandes grupos de la población permanecen relegados o excluidos, y esta desigualdad de oportunidades desvirtúa sus derechos culturales mientras corroe los cimientos de la democracia participativa.
2 Comunicación y públicos de la ciencia
La ciencia tiene pluralidad de públicos, y éstos pueden estudiarse con arreglo a la primacía de diferente tipo de factores, esto es, históricos [Nieto-Galán, 2011 ; Bensaude-Vincent, 2009 ], epistémicos [Cortassa, 2012 ; Cortassa, 2016 ; Fehér, 1990 ], etnográficos [Irwin y Michael, 2003 ], comunicativos [Bucchi, 2008 ], políticos [Cuevas Badallo y Urueña López, 2019 ; Elzinga y Jamison, 1995 ] o sociológicos. La sociología proporciona herramientas analíticas fundamentales para entender la relación entre la ciencia y sus públicos. En esta línea, la distribución desigual de beneficios y oportunidades en la vida, reflejo de la composición de las estructuras sociales, constituye una matriz de observación para entender las componentes sociales que guían el interés, la percepción informativa (es decir, cuán informadas se sienten las personas) y las prácticas de información.
Las investigaciones de las encuestas de percepción de las últimas décadas señalan que la tríada de interés, percepción y consumo informativo a través de diferentes medios de comunicación tienen una estrecha asociación estadística. Estas evidencias se aplican tanto a la región de América Latina como a los países europeos, los Estados Unidos y a otros contextos sociopolíticos [Polino y Castelfranchi, 2017 ; Polino, 2018a ]. Estamos frente a una relación sociológica comprensible, puesto que las prácticas (consumo) se ven impulsadas por el interés (disposición) y, a la larga, si un individuo está interesado, y mantiene una regularidad en sus conductas informativas, será más probable que pueda definirse a sí mismo como informado (autopercepción).
Los estudios, sin embargo, también señalan que el interés está socialmente determinado. Por ejemplo, tanto el capital educativo como el nivel socioeconómico (NSE) son predictores fuertes del interés — en ciencia, tecnología, salud o medioambiente — y de las actitudes frente a la adquisición de información. Dicho en otros términos, todos los indicadores de interés y de consumo de medios de comunicación aumentan con la educación y con la posición social, variables que, por otra parte, están altamente asociadas entre sí (lo cual es otra relación esperable en términos sociológicos).
La estimación del índice ICIC (índice de consumo informativo) es una forma concisa de demostrar la estrecha relación entre estratos sociales y prácticas comunicativas. El índice ICIC agrupa a seis indicadores de consumo de informativo a través de los medios de comunicación: TV, diarios, radio, libros de divulgación, revistas e Internet. 4 De acuerdo con los datos que proceden de las regionales, en torno a ocho de cada diez de los latinoamericanos con educación básica y NSE bajo pertenecen al segmento de bajo consumo informativo. Esta proporción desciende a la mitad en el grupo de población con educación media y NSE medio, pero es de un tercio entre quienes alcanzaron estudios superiores y NSE medio o alto. De igual manera, poco más de un tercio de las personas con estudios secundarios y NSE medio está en un rango medio de consumo, mientras que equivale a la mitad del grupo con mayor escolaridad y mejor posición social. Igualmente, mientras que a nivel general solo en torno al 5 % de la población pertenece al perfil de alto consumo informativo, esta proporción es más del doble entre la población con estudios superiores (Tabla 1 , apéndice A ).
3 Diferentes públicos, diferentes posiciones sociales
El consumo de información crece de forma consistente con el capital escolar y con la posición socioeconómica, y apreciaríamos esta misma lógica si estimásemos la influencia de estos factores de estratificación para diferentes indicadores de interés, percepción informativa o, por ejemplo, en relación con la dimensión del conocimiento institucional (nombre de instituciones científicas, nombres de científicos, sectores que financian la I+D, etc.). Por tanto, es esperable que estos factores clave de segmentación social también influyan en la composición de diferentes perfiles de públicos que podríamos definir como resultado de la combinación de variables de interés, informativas, actitudinales y de consumo.
En el campo cultural de América Latina podemos identificar la existencia de públicos diferenciados de la CyT que, a su vez, reflejan diferentes posiciones sociales. 5 Tendríamos un “público atento” — aproximadamente dos de cada diez encuestados en Argentina, Brasil, Chile y México — que se declaran especialmente interesados, razonablemente informados y habituados a buscar información a través de los medios de comunicación. El “público atento” es extraordinariamente relevante desde un punto de vista político. En el campo de la sociología política define la parte estratégica de la población que es fundamental en el proceso de constitución de la opinión pública. Grossi [ 2007 ] plantea que no es solo el público más informado, sino el más motivado y con mejores disposiciones para involucrarse en los asuntos públicos. Tiene, por tanto, un papel crucial en la articulación entre las élites políticas, intelectuales y la población general. 6 El “público atento” está conformado por grupos sociales específicos en condiciones de formular opiniones competentes sobre problemas y cuestiones de interés colectivo y, por tanto, siempre constituye una minoría social [Grossi, 2007 , p. 79].
El “público atento” de la CyT también está formado por personas especialmente motivadas y tendencialmente más proclives que otros a participar en las políticas de CyT. 7 Las encuestas demuestran que, junto con la información científica, sienten más interés y disponen de más información sobre temas políticos en general, tienen un nivel más elevado de conocimiento sobre las instituciones de investigación de sus respectivos países, reconocen cuáles son las principales fuentes de financiamiento de la ciencia local o, también, son más conscientes de la posición relativa que ocupan sus países en el terreno del desarrollo científico-tecnológico.
La composición sociológica del público atento refleja la influencia de factores críticos como el capital escolar. Así, cuatro de cada diez personas con educación superior pertenecerían al “público atento”, pero solo dos entre quienes completaron la educación secundaria y apenas uno de cada diez entre quienes tienen educación básica (Tabla 2 , apéndice A ). La influencia de la posición social se hace más evidente si computamos la educación junto con el nivel socioeconómico. En este caso podríamos decir que la probabilidad de pertenecer al “público atento” — como reflejan diferentes modelos de regresión logística — aumenta sensiblemente a medida que también lo hacen la educación y la posición social. Según los datos disponibles, los latinoamericanos que tienen educación superior y nivel socioeconómico medio o alto tienen hasta seis veces más probabilidades de formar parte de este perfil de público que los ciudadanos con educación secundaria y NSE medio.
Aunque el “público atento” está tendencialmente más formado y disfruta de mayores privilegios sociales, tampoco es una unidad monolítica. Antes bien, los latinoamericanos atentos a la CyT pueden serlo por motivos muy disímiles. Podemos encontrar personas o grupos específicos que tienen actitudes, expectativas o valores diferentes en relación con el impacto de la CyT, con la orientación de las políticas públicas, la responsabilidad ética, el control social, o la creciente privatización del conocimiento y la comercialización de la actividad científica. Es, por tanto, un perfil poblacional en el que confluyen ciudadanos entusiastas; científicos amateurs; grupos de presión y control; científicos, ingenieros y otros profesionales; activistas y participantes de ONGs (ambientalistas, de defensa de los derechos de los animales o las minorías, etc.), así como emprendedores, periodistas, políticos o dirigentes sociales.
Junto con el público atento también identificamos dos grupos que podríamos definir como “público potencial” y “público retraído”. En el primer caso, este grupo está formado por personas interesadas pero con un bajo nivel de consumo de información. Dado que están relativamente motivados, los identificamos como “público potencial” porque en ciertas circunstancias o coyunturas político-sociales podrían convertirse en público atento. Claro que esta potencialidad es mayor para quienes dentro del perfil están a su vez más informados, escolarizados y cuentan con mayor capital cultural y social. Alrededor de uno de cada diez latinoamericanos forma parte el “público potencial” de la CyT. El segundo grupo — “público retraído — está conformado por individuos que a pesar de tener cierto interés (aunque relativamente bajo), se sienten desinformados y no buscan información. Muchas de las personas de este grupo son quienes piensan que los contenidos de ciencia son difíciles, inalcanzables, o no saben dónde podrían acceder (como pasa, por ejemplo, con los resultados de las preguntas sobre motivos para no buscar información o visitar ámbitos como los museos de ciencias).
Otra configuración relevante es el “público no atento”, la contracara del público atento, y que también equivale a dos de cada diez latinoamericanos. Este perfil de público está compuesto por personas desinteresadas, que se perciben a sí mismas como desinformadas, y que tampoco están habituadas a consumir información científico-tecnológica. Es un grupo indiferente a la ciencia, pero heterogéneo en relación con otros intereses temáticos e informativos. La influencia de factores de estratificación social también resulta muy evidente: cuatro de cada diez latinoamericanos con educación básica pertenecen a este perfil de público. En cambio, supone del orden de tres de cada diez entre las personas con educación media, y alcanza al 15 % en el grupo de universitarios (Tabla 2 , apéndice A ). Una relación similar acontece con el nivel socioeconómico. En términos probabilísticos, podríamos decir que los latinoamericanos con educación básica o media, y nivel socioeconómico también bajo o medio, tienen hasta tres veces más probabilidades de pertenecer a este grupo que las personas con estudios superiores y nivel socioeconómico medio o alto. Es decir que si bien una parte del “público no atento” lo es porque tiene inquietudes o intereses culturales distintos a la ciencia, otra parte muy significativa está constituida por ciudadanos que pertenecen a grupos socialmente más perjudicados.
4 Patrimonio y participación cultural
La participación cultural es una dimensión básica de la cultura cívica ya que contribuye a que las personas se desarrollen e integren a la sociedad en la que viven. Los museos de ciencia, arte y tecnología, acuarios, bibliotecas, zoológicos, parques naturales y ambientales, planetarios o semanas de las ciencias son instancias de socialización y mediadores fundamentales de la cultura científica. Luego de muchos años de estudios, hoy disponemos de evidencias significativas sobre el acceso de los latinoamericanos a estos diferentes dominios del patrimonio cultural y natural [Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 2009 ] íntimamente relacionados con las prácticas de investigación, conservación y comunicación que realizan instituciones científicas y educativas para poner la CyT a disposición del público.
Los resultados de diferentes estudios empíricos ilustran algunas distancias sociales de particular interés para la investigación en comunicación de la ciencia y en materia de desarrollo de políticas públicas. La estimación de un índice de participación cultural que elaboramos en base a datos de encuestas de Argentina (2015), Brasil (2015), Chile (2016) y Panamá (2017) pone de manifiesto que la mitad de los latinoamericanos no visitó ningún museo de ciencia, museo de arte, zoológico, parques ambientales y naturales, o acuarios durante el año de entrevista [Polino, 2018b ]. Estas estimaciones son compatibles con mediciones procedentes de otros estudios regionales sobre hábitos y prácticas culturales [Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 2014 ]. 8
Es cierto que, por una parte, tomados de forma individual estos indicadores arrojan diferencias de acceso apreciables. Por un lado, es lógico que en todos los países las visitas a reservas o parques ambientales sean mayores a las que ocurren con los museos de CyT, o que las semanas de las ciencias representen una proporción muy baja dentro de los consumos culturales. Por otro lado, y dependiendo del ámbito considerado, también existen diferencias significativas entre países, lo que puede constituir indicios de un desarrollo desigual de las infraestructuras y de las prácticas institucionales. 9
Las asimetrías regionales son de hecho marcadas en el ámbito de las políticas de cultura científica, según se desprende de investigaciones recientes implementadas por organismos de cooperación internacional como UNESCO [Fernández Polcuch, Bello y Massarani, 2016 ] y OEI [Polino y Cortassa, 2015 ]. Sin embargo, lo que consideramos más significativo — y preocupante — es que la participación cultural sea muy diferente dependiendo del espectro social en el que nos movamos, y ésta es una condición que aunque afecta a la población de todos los países, aunque tendrá mayores consecuencias entre las personas que viven en países con mayores dificultades institucionales, políticas o económicas. 10
En cuanto a la información que ofrecen las encuestas, observamos que el perfil de público de la CyT condiciona de forma fuerte la participación cultural. Así, mientras que seis de cada diez de los latinoamericanos del “público no atento” no visitó ningún ámbito de CyT, esta proporción desciende a la mitad entre los públicos potencial y retraído, y equivale a un cuarto en el grupo de personas pertenecientes al “público atento” (Tabla 3 , apéndice A ). Sin embargo, también hemos visto que los perfiles de públicos son una función dependiente del nivel socio-educativo. Por tanto, las diferencias entre grupos sociales se hacen más pronunciadas en el caso de la participación cultural. Por ejemplo, la gran mayoría de las personas con educación básica y NSE bajo (siete de cada diez) no asistió a ninguno de los ámbitos que mide el índice de participación cultural. En cambio, este dato representa a la mitad de la población de clase media y estudios secundarios y al cuarto de los latinoamericanos con estudios superiores y NSE medio o alto (Tabla 4 , apéndice A ).
Todavía más, de acuerdo con los resultados que proporcionan diferentes modelos de regresión, las probabilidades de participación cultural se reducen de forma muy significativa en los núcleos urbanos más pequeños, entre las personas mayores (particularmente a partir de los 65 años) y, de manera fundamental, entre las personas con menor capital escolar y socioeconómico. En este caso, tienen hasta seis veces menos probabilidades de visitar ámbitos de CyT que los individuos que alcanzaron educación superior y pertenecen a segmentos de nivel socioeconómico medio o alto (Tabla 5 , apéndice A ). Los predictores de la participación cultural muestran, en este sentido, que “la distancia entre ricos y pobres sigue siendo extrema, incluso en países como Argentina, Brasil, Colombia, España o México que tuvieron inversiones de política pública, ampliación de infraestructuras (museos, centros interactivos), o crecimiento de la industria cultural” [Polino y Castelfranchi, 2019 , p. 125].
5 Conclusiones
El desarrollo de una cultura democrática para el mundo contemporáneo requiere de una ética de la responsabilidad ciudadana en la que la acción política vaya de la mano con una adecuada comprensión y crítica de la actividad científica y de los sistemas tecnológicos. Esta “filosofía ciudadana” [Quintanilla, 2019 ] constituye un desafío para entender y controlar el mundo y, por tanto, requiere de algunas condiciones básicas. En primer lugar, una mejora en el acceso y en la calidad de la educación científico-tecnológica, tanto en la formal (escuelas, universidades), como en la informal que proporcionan ámbitos como los museos y otras instancias de intervención cultural. En segundo lugar, el cumplimiento del derecho a una información de calidad y, en consecuencia, tanto la transparencia en la gestión de los asuntos públicos como la existencia de un adecuado ecosistema de medios de comunicación. En tercer lugar, la garantía de que los ciudadanos pueden gozar de los beneficios de la participación cultural en sus múltiples manifestaciones y, por ende, de una integración social más plena. En cuarto lugar, finalmente, el derecho a la participación política, esto es, a tomar las decisiones que comprometen el futuro de la sociedad.
Las evidencias empíricas que ofrecen las encuestas y otro tipo de estudios revelan que también en el ámbito de la cultura de la CyT existe una asimetría de oportunidades en las sociedades de América Latina. Como reflejo de la desigualdad, la estratificación ejerce una marcada influencia en relación con el acceso a contenidos y condiciona las posibilidades que tienen diferentes grupos sociales de apropiarse de los beneficios culturales. Por tanto, dependiendo de cuál sea nuestra identidad sociológica, el derecho a la cultura de la ciencia puede estar objetivamente restringido o relegado. Existen, por una parte, grupos sociales con suficiente capital escolar, simbólico, social o económico, mejor posicionados para hacer valer sus derechos a la formación, la información y la participación cultural. Y, por otra parte, segmentos más desprotegidos y vulnerables que están objetivamente más expuestos a los riesgos de la exclusión cultural y, por tanto, a perder sus derechos de acceso a una cultura ciudadana en ciencia y tecnología.
Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (1948) ratificó el derecho de todas las personas a participar libremente en la vida cultural, gozar de las artes y a participar del progreso científico y de sus beneficios. Décadas más tarde, en pleno despliegue de la corriente neoliberal, un grupo de intelectuales exigía “asegurar a todos el acceso pleno e igualitario a la educación, la libre búsqueda de la verdad objetiva y el libre intercambio de las ideas y los conocimientos” [en Bourdieu, 2002 , p. 135]. Las condiciones estructurales y los desafíos — políticos, económicos, etc. — siguen hoy siendo los mismos. Es bastante improbable que podamos hablar del ejercicio de una verdadera ciudadanía científica si como sociedad no somos capaces de generar los mecanismos institucionales y políticos que contrarresten los efectos de la desigualdad social.
Apéndice A Apéndice estadístico
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Autor
Carmelo Polino, Doctor por la Universidad de Oviedo (España). Investigador del Centro Redes, Unidad Asociada Conicet (Argentina), y profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad de Oviedo. Sus investigaciones están relacionadas con la percepción pública, la comunicación y los aspectos culturales de la ciencia y la tecnología. Sobre estos temas coordina proyectos de investigación, dicta clases de postgrado en universidades e instituciones de Argentina, España y otros países de América Latina, así como publica artículos en libros y revistas. ORCID: 0000-0003-1789-8024. E-mail: cpolino@ricyt.org .
Notas al final
1 “Todo el mundo sabe que los sueldos en algunas ocupaciones son bajos y en otras altos, que los ministros tienen más poder que los ciudadanos corrientes, que los médicos disfrutan de un prestigio más alto que los basureros, etc.” [Littlejohn, 1983 , p. 9].
2 Lo que importa no es solo la relación entre los estratos, sino además el sistema de relaciones que se establece entre dichos estratos y las instituciones sociales — o, en la lógica de la teoría social de Bourdieu (véase, por ejemplo, Bourdieu y Wacquant [ 1992 ]), campos relativamente autónomos de fuerzas y posiciones — como la política, la economía o la cultura.
3 En línea con la lógica de análisis de Bourdieu y Wacquant [ 1992 ] y Bourdieu [ 1998 ], las clases sociales se comprenden en virtud de la posición que ocupan en un determinado espacio social que involucra diferentes formas de capital (económico, social, cultural, simbólico) y principios de apreciación incorporados ( habitus ). La clase objetiva sería aquella compuesta por “el conjunto de agentes que se encuentran situados en unas condiciones de existencia homogéneas que imponen unos condicionamientos homogéneos y producen unos sistemas de disposiciones homogéneas, apropiadas para engendrar unas prácticas semejantes, y que poseen un conjunto de propiedades comunes, propiedades objetivadas , a veces garantizadas jurídicamente (como la posesión de bienes o de poderes) o incorporadas , como los habitus de clase (y, en particular, los sistemas de esquemas clasificadores)” [Bourdieu, 1998 , p. 100].
4 El índice ICIC es una medida resumen que permite valorar la regularidad de las prácticas informativas y ubicar a cada persona en un rango que representa la intensidad con la cual accede o consume información especializada. La versión original fue desarrollada en 2003 por Polino y luego se empleó, con modificaciones, en diferentes estudios [entre ellos, Polino y Muñoz van den Eynde, 2019 ; Polino, 2018a ; Castelfranchi y col., 2016 ; Polino y Castelfranchi, 2012 ; Vogt y Castelfranchi, 2009 ]. En Polino y Castelfranchi [ 2017 ] revisamos diferentes procedimientos metodológicos y estadísticos — matrices de correlaciones, análisis factorial, modelos de regresión y de ecuaciones estructurales — y demostramos la validez y fiabilidad del índice como indicador de la percepción pública de la ciencia y la tecnología y su utilidad como instrumento para la comparación internacional.
5 Los perfiles de público son el producto de la elaboración de una tipología en la que combinamos tres índices diferentes que reúnen un total de doce variables de cuestionario — acerca del proceso de elaboración de índices tipológicos se puede consultar Marradi, Archenti y Piovani [ 2018 ]. Tenemos un índice de interés, compuesto por tres indicadores: “interés en ciencia y tecnología”, “interés en medicina y salud”, e “interés en medioambiente y ecología”. Un índice de percepción informativa, también con tres indicadores para los mismos temas. Finalmente, el índice de consumo informativo (ICIC), con seis indicadores: TV, diarios, radio, libros, revistas e Internet. Los datos proceden de las encuestas de Argentina (2015), Brasil (2015), Chile (2015) y México (2015).
6 De acuerdo con este autor, el público atento se encarga de asimilar y difundir en el cuerpo social aquello que recibe a través de los medios de comunicación, de los contactos cualificados y las reelaboraciones discursivas (flujo de información top-down ). Y, por otra parte, filtra y otorga voz a las orientaciones que capta en el ambiente social más amplio, transmitiéndolo hacia las instituciones, el liderazgo o el gobierno [Grossi, 2007 , p. 96].
7 Miller [ 1983 ] fue probablemente el primer autor que utilizó el rótulo de “público atento” en el terreno de los indicadores de percepción pública de la ciencia, con base en los desarrollos conceptuales de Almond [ 1950 ]. Sin embargo, hay diferencias conceptuales y operativas en las definiciones empleadas por Miller y otros autores —[Miller, Pardo y Niwa, 1997 ] — y la que utilizamos en nuestro caso. Al respecto, véase Polino [ 2018a ].
8 De acuerdo con los datos recogidos por una macro encuesta de Latinobarómetro en 2013, seis de cada diez de los latinoamericanos entrevistados declaró que no habían visitado ningún lugar patrimonial durante el año de entrevista, lo que incluía monumentos, parques, sitios culturales, arqueológicos, históricos o artísticos [Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 2014 ].
9 Siguiendo datos de Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura [ 2014 ], observamos que la ausencia de hábitos y prácticas culturales se distribuye de una forma asimétrica entre la población de América Latina: Honduras (77 %); Nicaragua (77 %); Bolivia (69 %); Paraguay (69 %); Chile (66 %); Guatemala (66 %); Colombia (64 %); Brasil (61 %); Venezuela (60 %); Argentina (59 %); México (56 %); Ecuador (54 %); Uruguay (54 %); y Costa Rica (52 %).
10 En base a los datos proporcionados por Polino y Cortassa [ 2015 ], la Figura 1 del apéndice A estadístico muestra un análisis de conglomerados que agrupa a los países de Iberoamérica según la intensidad con que sus políticas han atendido durante los últimos años al desarrollo de discursos sobre la cultura científica (en artículos de ley, planes de CyT, programas específicos, etc.) y prácticas de cultura científica (actividades para distinto tipo de públicos, productos para medios de comunicación, organización de premios y eventos, promoción de investigaciones, etc.). La imagen proyecta una distribución espacial asimétrica.